El discurso literario del autor de Cien años de Soledad, el colombiano, Gabriel García Márquez, recientemente fallecido, según sus palabras, está basado en hechos, sucesos y personajes existentes en tiempos cercanos y remotos.
La invocación irreflexiva garciamarquiana de la memoria, el realismo mágico, no es más que la transmutación subjetiva del realismo maravilloso acuñando por el escritor cubano-francés Alejo Carpentier. Es tan surrealista como el cuadro de pintura La persistencia de la memoria de Salvador Dalí o la cinta cinematográfica El ángel exterminador de Luis Buñuel. La diferencia entre uno y otro meta relato estriba en que en el mundo involutivo del Gabo hay una extremada fantasía y en la impresión de los maestros del surrealismo una magistral concreción artística.
El afamado Premio Nobel de Literatura 1982 se resistía aceptar la idea racionalista del conocimiento para no explicar la contradictoria alegoría de la grandilocuencia de su sugestiva soflama.
Lógicamente nadie entiende lo contradictorio de su contradicción y él nunca entendió sus incoherencias. De un modo especial lo expresaba al negar abiertamente la militancia comunista siendo un defensor a ultranza del “imaginario” castrista.
Supongo que muchas veces debió preguntarse: ¿Qué pasará si acepto lo que todo el mundo supone que soy?
García Márquez fue muy diferente al tendero de la novela El poder de los sin poder, del fenecido dramaturgo checo Nobel de la Paz, Vàclac Havel, un ser irreal que se debate entre aceptar o no en la intimidad de su vida privada las consignas comunistas.
A él nadie le impuso nada y acepto, sin rechistar, la doctrina totalitaria disfrutándola placenteramente en su interior.
Cuando dio el salto al Olimpo de los dioses de la literatura ya no había por qué dar explicaciones de nada. Seguramente dijo para sus adentros: "las respuestas a las incongruencias no tengo que darlas yo que la den los críticos literarios y los expertos en materialismo dialéctico e histórico que para eso están”.
Te fuiste Gabo. Te marchaste irreverentemente faltando a tu palabra de honor.
Estoy casi seguro que a través de ti hubiésemos sabido el por qué del comportamiento egocéntrico y megalomaníaco del innombrable señor de la verborrea perpetua. ¿él es acaso una aberración sentimental enquistada en el seno familiar o una fenomenología narcisista sobredimensionada?
Tu revelación hubiera aclarado muchas cosas y hubiese dado también la pista sobre el por qué la perversa ideología del supuesto sacrificio permanente pende sobre los pueblos libres de Las América como Espada de Damocles. ¿Es el castrismo el Gigante de las Siete Leguas del que tanto hablara nuestro José Martí?
Dinos Gabo: ¿por qué tan poca rigurosidad y excesiva pomposidad a la hora de contar insustanciales historias y al mismo tiempo tanto mutismo sobre la verdadera memoria al no decir nada de «quién te dije»? ¿Macondo en la desmemoria o la desmemoria de Macondo?
En nuestros labios dejaste un sabor amargo al no darnos de beber la obra que siempre esperamos de ti: Origen, desarrollo y trascendentalismo del liberticida de Las Antillas.
Los cubanos somos por excelencia disgregacionistas para creernos que la prolongada permanencia en el poder del aborrecible innombrable ha sido por el culto masivo a su personalidad.
La colectiva disgregación cognitiva y social de los cubanos viene desde tiempos pasados. Somos muy especiales: pensamos una cosa, decimos otra y actuamos como nos da la gana. El visionario presbítero Félix Varela lo dijo en otras palabras en sus memorables Cartas a Elpidio (El Pueblo) hace poco menos de doscientos años.
Él jamás señaló que las impudicias de las muchedumbres podrían conducir a un desastre, pero tú, Gabo, lo pudiste ver con tus propios ojos: Cuba ha terminado siendo un burdel de veleidades de la nueva clase revolucionaria y un asidero de la desidia popular.
¿Qué te pasó Gabo? ¿Por qué no escribiste la verdad verdadera de los cubanos?
Ojala que los 100 años que tenemos por delante para saber tu verdad no sea una espera en vano. No nos defraudes.
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