El chavismo, en sus 15 años en el
poder, nunca antes había pasado por peor momento político que éste que pasa
ahora al estar viviendo la más larga crisis política de su historia, emanada de
la mala administración de los recursos económicos del Estado, haber restringido
la iniciativa privada, amordazar las libertades ciudadanas y entregar el país
al castro comunismo.
Chavismo y oposición están
enfrascados en una dura porfía cuyas consecuencias pudieran ser la
entronización del régimen autoritario de Nicolás Maduro o el restablecimiento
de la democracia en la sociedad venezolana.
“Al parecer”, el sucesor de Hugo
Chávez, cayó ya en la cuenta regresiva y no está dispuesto a tensar más la
cuerda política con sus oponentes por lo que ha llamado a las partes en
conflicto a resolver la crisis en una mesa de diálogo.
El desespero es tal que convocó a la
concordia ciudadana instalando una Conferencia de Paz en el Palacio de
Miraflores sin antes atender las demandas de la oposición de detener la
represión, liberar incondicionalmente a los prisioneros políticos y renovar los
poderes públicos del Estado.
Resulta incoherente y sospechosa la
repentina designación de un nuevo embajador en EE.UU e invitar al presidente
Barack Obama a un diálogo de paz y entendimiento cuando ha copiado, al papel
carbón, la receta castrista de culpar a los vecinos del Norte de todos los
males entronizados en la sociedad venezolana.
La Administración estadounidense debe
haberse preguntado muchas veces cómo es eso de que el actual dictadorzuelo de turno proponga
dialogar cuando masacra impunemente a su pueblo.
En estos momentos el mejor aliado de
Maduro es la indiferencia de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos.
Mientras Cuba dicte los destinos de
Venezuela, los compromisarios políticos del chavismo, los más, no moverán un
dedo para condenar los desmanes de Maduro. Los menos, los gobiernos
democráticos, se sustraen de la problemática venezolana por la crisis económica
que atraviesan las débiles economías en sus países que potencia la posibilidad
de estallidos sociales.
Recuérdese bien el corolario político
de la Izquierda castro-chavista de tratar los asuntos de Estado en forma de
contingencia y estaría muy dispuesta a desatar la furia de los “indignados” y
extender el conflicto venezolano a toda la región.
En la década de los ochentas cuando se dirimió en Centroamérica los últimos conflictos de la Guerra Fría surgió el grupo de Contadora, en alusión a una instancia multilateral establecida por los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela para promover conjuntamente la paz en esa región.
“En enero de 1983, según Wikipedia, los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela establecieron un sistema de acción conjunta para promover la paz en Centroamérica, especialmente frente a los conflictos armados en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, que amenazaban con desestabilizar toda la región”.
La enciclopedia digital reseña que “el estímulo original provino de un llamado realizado por el entonces Primer Ministro sueco Olof Palme y los premios Nobel Gabriel García Márquez, Alfonso García Robles y Alva Myrdal a los presidentes de Colombia, México, Venezuela y Panamá, para que actúen como mediadores”.
El grupo se reunió por primera vez en la isla Contadora (Panamá) en 1983 y llamó la atención sobre los conflictos centroamericanos, así como puso presión para una atenuación de la presencia militar de Estados Unidos en el área.
El plan de paz fue apoyado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Asamblea General y muchos otros organismos internacionales y regionales.
En Venezuela, la oposición
antichavista-madurista está en las calles. El estudiantado y la Mesa de la
Unidad Democrática (MUD) mantienen el pulso al régimen. Entre sus principales figuras no hay rivalidad alguna,
sino diferencias en que método de la no-violencia corresponde aplicar en cada
momento. Ninguno ha pedido la intervención foránea y plantean que los
venezolanos son los únicos capacitados para resolver sus problemas internos.
Enfáticamente han dicho que la
injerencia castrista tiene que terminar y nadie debe pilotear el proceso
transformador al que está abocada la sociedad venezolana.
La abismal diferencia de simpatía que
la mayoría de los venezolanos profesaban al difunto Hugo Chávez en el pasado se
ha reducido con creces en muestra fehaciente de los avances de la oposición y
la prueba de la reversibilidad del chavismo.
En Venezuela, a diferencia de Cuba,
la manifestación política es un derecho constitucional y minuto a minuto la
oposición potencia el empoderamiento ciudadano como soporte del cambio
democrático.
El mayor peligro que enfrenta
Venezuela es el extremismo chavista, que quiere radicalizar el “proceso
revolucionario” para no atender las demandas de sus conciudadanos.
Venezuela es hoy una sociedad en
conflicto y transición cuyo rescate de la soberanía ciudadana y el
restablecimiento de la institucionalidad democrática pasan irremediablemente
por un proceso de diálogo y negociación.
Las partes involucradas en el
conflicto no-violento venezolano tarde o temprano tendrán que llegar a un pacto
de Estado que propicie la reconciliación nacional y ponga fin a los desmanes.
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