Benedicto XVI y Juan Pablo II |
¿Actuó correctamente el cardenal Jaime Ortega al pedir la intervención del régimen para resolver una situación que sabía que podría suceder y concerniente únicamente a su potestad? ¿Por qué algunos disidentes criticaron la audaz acción de Los Trece? ¿Qué hubiera ocurrido si los opositores más conocidos se hubiesen unido al reclamo de los que ocuparon el recinto cristiano?
Estas interrogantes girarán mucho tiempo en las mentes de los cubanos, máxime cuando la dictadura no cesa la represión a los opositores pese a los pedidos de decenas de personalidades e instituciones internacionales que se han pronunciado al respecto.
Lo que ocurre en Cuba – salvando las distancias históricas y los momentos coyunturales – ocurrió en 1998 cuando Juan Pablo II visitó la Isla. Entonces, como ahora, el despotismo castrista secuestró la visita papal, los principales disidentes y opositores fueron sometidos a una persecución a todo terreno las 24 horas del día y a la sazón fueron escasos los pasos de avances en materia de libertad de expresión y religiosa.
Recuerdo perfectamente las veces que visité al fallecido monseñor Pedro Meurice Estiú, arzobispo de Santiago de Cuba, siempre me siguió un ‘Seguroso’, que no me perdía ni pies ni pisadas. El día que entregué a Su Excelencia el aporte a la valija papal de la disidencia oriental consistente en objetos artesanales y varios cuadros pictóricos del artista Rolando Carmenaty Diaz, “Rolan”, si no hubiese tomado las medidas pertinentes las obras hubieran caído en manos de la policía de pensamiento.
Las obras de Rolan fueron dedicadas a Su Santidad como testimonio del sufrimiento histórico de la nación cubana. El destacado opositor, descendiente del poeta José María Heredia, pisó las cárceles castristas a los 15 años y el padecimiento en prisión era una huella imborrable en su persona.
Cuando Juan Pablo II oficiaba la misa pastoral en la Plaza Antonio Maceo decenas de opositores eran retenidos en sus viviendas para que no acudiesen a la cita y los seguidores del régimen ocuparon sus puestos.
Los accesos a la ciudad fueron bloqueados por la Policía Nacional Revolucionaria, PNR, dirigida por la Seguridad del Estado, que impidió la llegada de peregrinos provenientes de diferentes localidades santiagueras y de las restantes provincias orientales.
La mirada escudriñadora y provocativa de los integrantes de las paramilitares ‘Brigadas de Repuesta Rápida’, que se creían más creyentes que el mismo Papa, pudo haber producido un que otro incidente con los fieles y opositores que lograron llegar a la plaza pese a los múltiples obstáculos que tuvieron que sortear.
Cuando el monseñor Pedro Meurice presentaba el pueblo de Cuba a Su Santidad, en su glorioso discurso, que ha resistido el paso del tiempo, fue interrumpido el fluido eléctrico en los circuitos más poblados de Santiago de Cuba y los servicios gastronómicos ambulatorios enclavados en las inmediaciones de la plaza comenzaron vender variados productos al increíble precio de uno a cinco pesos cubanos. Nada de CUC: todo lo vendido se pagó y cobró en la devaluada moneda nacional.
Lo anecdótico de este relato es como la gente corría velozmente y se atropellaba frente a los carritos de los expendedores de comidas y como los simpatizantes castristas abandonaron sus puestos de vigilancias por el bocado que su mentor le niega consuetudinariamente.
Evidentemente la Inteligencia castrista sabía de antemano el contenido de la alocución del padre Pedro Meurice. Tanto es así que la policía política lo interpeló apenas Juan Pablo II abandonó la Isla. Públicamente nunca habló sobre este suceso, que seguramente fueron horas de sufrimientos para él que era una persona respetuosa del pensamiento diferente. Cuando lo liberaron dicen que no dijo nada y se fue a orar con sus fieles seguidores a su capilla del arzobispado.
Al presente gobernante cubano no le importa el qué dirán y habla claramente a través de su aparato represivo que ha detenido decenas de personas desde que Benedicto XVI puso los pies en la escalerilla del avión que lo traslada a la Mayor de las Antillas. Él, como su hermano mayor, sólo sabe decir que ningún opositor puede participar en las Santas Misas y el que intente ir que se atenga a las consecuencias. Nada, si ahora es así qué pasará cuando Su Santidad regrese a Roma y Cuba quede nuevamente a merced de este dictadorzuelo de turno.
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